Academia… De corte y confección
“Academia, de corte y confección…”.Así comienza una bella y nostálgica canción de Joaquín Sabina. Es en lo que parece que se ha convertido nuestro país a gran escala.
Ante la situación generalizada de recortes que se nos avecina no está de más que las enfermeras también hagamos oir nuestra voz, nuestra opinión sobre la forma y el contenido de dichos recortes.
Los estados de bienestar se gestaron y crecieron, en la forma en la que los conocemos actualmente, durante la llamada edad de oro del capitalismo que podemos encuadrarla en los años que transcurren desde la segunda guerra mundial hasta la primera crisis del petróleo en el 73. El crecimiento generalizado de dos dígitos posibilitó un creciente aumento del nivel de vida en los países industrializados y el establecimiento de políticas de promoción y protección social como la universalización de la asistencia sanitaria, las políticas de protección del desempleo, los servicios sociales,… Llegada la época de vacas flacas se impone en la agenda política la cuestión de dónde recortar gastos, de dónde desprenderse de lastre presupuestario.
Unas tijeras en manos de un mal sastre es un peligro. Recortar por recortar puede dar resultados muy alejados de la viabilidad de la pieza.
Retomar el significado de las palabras puede orientarnos sobre las implicaciones de la misma, sobre todo cuando una palabra, de tanto usarse, adquiere connotaciones de muy diversa índole. Recortar implica en una de sus acepciones, la que estimamos que hay que aplicar al caso que nos ocupa, cortar a la medida de algo. El ejemplo típico es el de una niña a la que se le pide que recorte una figura de papel. Los patrones usados en corte y confección sobre los que una buena amiga me ha aleccionado son otro ejemplo paradigmático. Si el recorte se hace demasiado por fuera del patrón desaprovechamos tela, osea, dinero. El símil no es nuevo. Basta una mirada al refranero. Si el recorte, en cambio, se hace por dentro del patrón lo que tenemos es un resultado alejado del perseguido y una probable insatisfacción con el mismo a no ser que optemos por cambiar de mentalidad y vendamos la pieza como “de manga francesa”, de “pantalón de hortelano” o de “chaquetilla torera”…dejando así al descubierto un tramo del antebrazo, de la pantorrilla o de los riñones…con el peligro de pillar un resfriado. Bromas aparte, ¿cuál es el patrón de funcionamiento de la sanidad pública que queremos? Como podemos apreciar, las enfermeras estamos en una disposición cognitiva privilegiada para comprender este símil. Los patrones funcionales de Gordon apoyan esta idea e incluso comparten terminología: patrones.
Hace un tiempo, quien suscribe estas palabras, abogaba por una quinta función de la enfermería: la denunciativa-reivindicativa en un mini-pseudo ensayo sobre la repercusión que la carga de trabajo tiene sobre la calidad de la asistencia que podemos prestar las enfermeras. El inicio de un curso de corte y confección por parte de una amiga me ha estimulado a proseguir con esa línea de reflexión, de máxima actualidad en los meses venideros. De máximo interés es determinar la racionalidad que debieran seguir tales recortes.
Es preciso un planteamiento global de la asistencia que estamos prestando. No se trata de recortar por recortar. No se puede hablar de la racionalidad de una decisión sin tener en cuenta la racionalidad del conjunto en el que tiene lugar dicha decisión. ¿Qué traje queremos para nuestros pacientes? Sea bienvenida la racionalidad económica porque ella permite adaptar los recursos a las necesidades que queremos cubrir. Mas, en el ámbito sanitario, no puede hablarse de racionalidad económica en ausencia de racionalidad asistencial. Es indudable que muchas de las decisiones que se han tomado en la sanidad española (¿cabe hablar de una sanidad española actualmente?) han procedido de una racionalidad fundamentalmente política, con criterios un tanto alejados de la racionalidad asistencial. Ello ha supuesto la toma de decisiones que a todas luces son una irracionalidad asistencial y por lo tanto económica pues es posible hablar de racionalidad asistencial en ausencia de racionalidad económica pero no al contrario, la racionalidad económica por sí sola no implica racionalidad asistencial.
Los profesionales de enfermería contamos con dos condiciones que nos convierten en observadores de excepción del funcionamiento del sistema sanitario: una elevada presencia en el espacio sanitario y una elevada presencia en el tiempo (la presencia continuada de la enfermería cerca del enfermo y su familia). Podríamos decir que estamos en una posición privilegiada para acceder al conocimiento de las microconsecuencias que se derivan de las macrodecisiones. ¿Qué significa ello? De lo que estamos hablando es de poder observar cómo ciertas macrodecisiones (disminución de personal, recorte del abanico terapeútico disponible, etc) influyen en microconsecuencias (posibilidad/imposibilidad de aplicación de un determinado producto de cura, tiempo de espera de un paciente al llamar a un timbre, tiempo disponible para hablar con un paciente de su dolor o su sufrimiento, etc) Es indudable que en numerosos lugares se lucha contra una infraestructura penosa (de recursos humano-materiales) que de no mediar un firme ethos profesional supone la superación del límite de elasticidad del profesional con las consecuencias sobre el profesional, la calidad de la atención que presta y la imagen de la profesión de cara al público.
Para finalizar esta reflexión en voz alta quisiera volver sobre el asunto de los tiempos de espera (y de disponibilidad añado yo). El sistema siempre se ha interesado por los tiempos de espera del paciente para acceder a determinados servicios hasta el punto de que se ha convertido en una obsesión política su reducción sin entrar a valorar la racionalidad asistencial del conjunto o a indagar acerca de los mismos. ¿De dónde proceden esas listas de espera? Ese, amig@ lector@, es otro tema que daría mucho que hablar. Lo que está claro es que, de alguna forma, se ha priorizado el resultado sobre los otros dos componentes del clásico análisis de la calidad de Donabedian: la estructura y el proceso. Como enfermera me interesa especialmente este segundo, pues aparte de ser donde cala realmente el trabajo de la enfermería creo que es firmemente sobre el que los pacientes se forman una idea de la calidad del sistema y su funcionamiento. ¿Por qué no se habla de los tiempos de espera y disponibilidad de profesionales de enfermería? Tiempos de espera desde que un paciente llama al timbre hasta que dispone de una enfermera, tiempo de espera de un paciente dependiente desde que su familiar avisa porque precisa un cambio de pañal hasta que éste es realizado, tiempos de disponibilidad de un profesional de enfermería para hablar del dolor que tiene un paciente, tiempo de disponibilidad de una enfermera para realizar educación para la salud, etc… Si no tenemos en cuenta estas cuestiones el proceso perderá en calidad y los pacientes, las enfermeras y la imagen pública de la enfermería saldrán muy perjudicadas.
Pronto asistiremos a situaciones en las que las enfermeras tendremos que tener una actitud crítica para detectar aquellas decisiones que incidan todavía más sobre la pérdida de calidad del proceso. No debiéramos consentir que las tijeras invalidaran “los patrones de salud” de nuestros pacientes.
Francisco Cebrián Picazo, enfermero del Hospital de Hellín (Albacete)
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