Agresiones. Un riesgo que no debería serlo


Publicado el 18/03/2015, en Actualidad, Enfermería hoy. Sin comentarios

Me encanta mi profesión y siempre he pensado que soy una persona muy afortunada por poder trabajar en lo que verdaderamente me gusta, me llena y me hace sentir orgullosa de lo que hago cada día. Sin embargo, tras quince años de profesión, la mayor parte de ellos en un servicio de urgencias, he recibido insultos, amenazas e intimidaciones en varias ocasiones. “Te voy a rajar”, “Que sepas que tengo tres escopetas en casa”, “Ándate con cuidado que sé por qué puerta salís de los vestuarios”…

En mi caso particular, nunca he sido agredida físicamente pero sí he sido testigo de agresiones físicas a compañeros de mi servicio, desde empujones a bofetadas e incluso puñetazos. A mi compañera P. a tres meses de jubilarse, le rompieron las gafas de una bofetada; L. recibió un puñetazo que le fracturó el tabique nasal; a J. le propinaron un cabezazo prácticamente sin mediar palabra; por no hablar de la brutal paliza que recibió S. por la que requirió incluso ingreso hospitalario y de cuyas secuelas psicológicas aún no se ha recuperado cuatro años después.

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Cuando empezamos nuestros estudios, unos más movidos por la vocación y otros por la profesión en sí, nos preparan para enfrentarnos con el sufrimiento, con la enfermedad, con las miserias humanas y con muchas circunstancias con las que nos podemos encontrar en nuestro desempeño diario.

Para lo que no nos preparan, al menos a muchos de nosotros, es para que el destinatario de nuestro hacer profesional se vuelva contra nosotros y se convierta en nuestro enemigo. Pero sí, lo hacen, con 8 de cada 10 de nosotros. Nos agreden verbal o físicamente.

Reaccionar ante una agresión

Cuando sufrimos una agresión se suelen vivir una serie de sensaciones que dan lugar a distintas reacciones.

La primera reacción es el desconcierto. No somos capaces de asimilar qué ha pasado ¡es imposible que un paciente nos agreda! Ahora tal vez menos porque ya estamos acostumbrados a oír en los medios que el personal sanitario es centro de agresiones de usuarios y familiares, pero en el fondo todos pensamos que a nosotros no nos pasará porque intentamos ser buenos profesionales y ponemos todo nuestro buen saber hacer en ello.

Después pensamos qué hemos hecho nosotros para que nos agredan, porque la misma incredulidad por la agresión sufrida nos lleva a buscar a dentro de nosotros un motivo que haya provocado el ataque.

La tercera reacción es la disculpa… “pobre, si es que está enfermo y no sabe lo que hace”, “son los nervios, lleva mucho esperando y no le cuentan nada”, “me ha pedido que vaya a curarle bastantes veces y no he podido”… El caso es que buscamos las excusas que sea para no afrontar la realidad ¡nuestros pacientes nos agreden!

Perdemos todos

Pero lo peor, sin duda, son las consecuencias de las agresiones y lo que ellas generan en los profesionales. Si hemos tenido “suerte” y la agresión no ha tenido consecuencias físicas importantes, tal vez podamos pasar página más fácilmente a pesar de que el miedo o el recelo se hayan colado en nosotros.

Es inevitable. Pasado el desconcierto subyace un sentimiento de impotencia, inseguridad y desconfianza difícil de describir. De repente se hunden en el abismo principios que han formado parte de nuestro ideario enfermero más básico. Tenemos claro que somos profesionales que cuidamos de los ciudadanos, sanos o enfermos, que somos sus cómplices para preservar y mantener su salud, que somos los aliados de la población para mantener su bienestar pero, de pronto, tenemos miedo a acercarnos a ellos porque no sabemos cómo reaccionarán.

Se resquebraja esa naturalidad que nos permite ver al ciudadano como cómplice en el trabajo de llevar a buen puerto nuestro plan de cuidar de su salud y empezamos a prestar atención a cosas como dejar puertas abiertas o no hacer solos ciertas actividades “por si acaso”. Se levantan barreras que nunca deberían existir, recelamos del entorno y coartamos acciones que, en otras circunstancias, sin miedo, llevaríamos a cabo.

Qué hacer

El caso es que, por desgracia, las agresiones existen y tenemos que luchar contra ellas con las armas que tenemos:

  1. Siendo realistas y conscientes de que es algo que puede pasar y por tanto, estando alerta.
  2. Exigiendo en nuestros centros de trabajo los medios que minimicen los riesgos de agresión y una atención adecuada al profesional agredido.
  3. Realizando todas las acciones posibles que conciencien al ciudadano de que agredir a un profesional no va a solucionar nada sino todo lo contrario, sin duda la calidad de la atención prestada se resentirá.
  4. Luchando para que los profesionales sanitarios, por ley, seamos considerados autoridad pública, y las agresiones se consideren delitos para que el agresor no tenga sensación de impunidad.
  5. Denunciando cualquier agresión que suframos. No podemos continuar eludiendo el problema manteniéndolo oculto, porque si hacemos eso nunca conoceremos sus dimensiones reales y será más difícil establecer los mecanismos para luchar contra ellas. No debemos minimizar, restar importancia ni disculpar una agresión, del tipo que sea.

Cuándo esto pasa, y disculpamos los insultos, el empujón o el tortazo, deberíamos pensar en la situación contraria. Estamos trabajando con la mitad de personal y el doble de pacientes, muchas veces nos faltan medios materiales, las instalaciones en las que trabajamos no son las adecuadas, nuestros medios de protección de riesgos laborales son insuficientes… pero no por ello insultamos a nuestros pacientes ni a sus acompañantes ni les pegamos y si nosotros, que también estamos sufriendo presiones, no lo hacemos ¿por qué tenemos que disculpar que lo hagan ellos?

Alicia y Mª José, enfermeras





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